martes, 2 de julio de 2013

Transición en Egipto: oportunidad democrática secuestrada por el islamismo

La principal consecuencia de la llamada Primavera Árabe en Egipto fue la caida casi inesperada de un régimen autocrático que había resistido con notable salud durante décadas y cuyo fin, al igual que pasara con la caida del muro de Berlín, pilló a todos por sorpresa. Las consecuencias y retos a que se enfrenta el país, pasa por resolver correctamente la transición del viejo al nuevo régimen y no defraudar las expectativas democráticas de aquellos que apoyaron las revueltas con verdaderas ansias de libertad. Sin embargo, nada de ello ocurre en Egipto.

Fin del Ramadan de 2011 en Tahrir. REUTERS/Mohamed Abd El-Ghany con licencia Creative Commons obtenida de oxfamnovib
La elección de Mohamed Morsi, vinculado a los Hermanos Musulmanes, frente a Ahmed Shafik, antiguo hombre de Mubarak, por un escaso margen, se debió más a las reticencias de la población a dar su apoyo a un antiguo miembro del gobierno recién depuesto, que a su carisma o confianza en su capacidad de resolución de problemas. El tiempo no ha hecho más que fortalecer esa impresión inicial. En cualquier caso, se trató de un caso sin precedentes en la historia de Egipto: un gobierno salido de unas elecciones democráticas y razonablemente limpias.
¿Se han cumplido las expectativas generadas? La respuesta debe ser un rotundo NO. En justicia, no se puede exigir a ningún gobierno, y menos en este caso, dada la herencia recibida, que acabe de un plumazo con problemas estructurales de la economía, la corrupción política y administrativa y la falta de libertades. Pero resulta que el actual gobierno no sólo no ha resuelto los problemas económicos del país, sino que los ha agravado. La deuda pública está disparada, la libra turca devaluada, los ingresos disminuyen y el paro en aumento supera el 13%. El turismo, tradicional fuente de ingresos, se ha resentido por la inestabilidad política derivada de las actuaciones de Morsi. 

¿De dónde proviene la inestabilidad? Comenzó en noviembre de 2012 con un Decreto Constitucional que le blindaba frente al Poder Judicial. La presión popular hizo que tuviera que dar marcha atrás y revocarlo el 8 de diciembre del mismo año. Siguió con una Constitución aprobada por mayoría de dos tercios, pero habiendo votado apenas un tercio del censo. Las elecciones legislativas previstas para abril de 2013 no se celebraron y no hay fecha prevista para llevarlas a cabo, con lo que sigue siendo la Cámara Alta (Shura) quien legisla.

Una encuesta presentada por el Egypt Independent señalaba que el 73% de los egipcios considera que Morsi no ha tomado las decisiones adecuadas. Si estos datos son correctos, no sería difícil creer las afirmaciones de la oposición, que a través de la campaña Tamarrud (Rebélate) asegura haber obtenido 22 millones de firmas que piden la dimisión de Morsi. Sus intentos de islamizar el país, además de las cuestiones económicas, han suscitado los recelos de una oposición musulmana laica sin una cabeza visible clara y de los cristianos coptos, tradicionalmente hostigados y tratados como ciudadanos de segunda. Morsi y sus seguidores se limitan a calificar a estos opositores de seguidores del antiguo régimen y perseguirlos con los instrumentos del estado a través de leyes contra la blasfemia, que en la práctica actúan como verdaderas leyes mordaza que impiden la libertad de expresión.

Pero tampoco están contentos los socios de Morsi en el gobierno, los salafistas de Al Nur, que, literalmente, aceptan la democracia "siempre y cuando no contradiga la Sharia". Para esta corriente extremista, los equilibrios que lleva a cabo Mohamed Morsi para intentar satisfacer al mismo tiempo a las vertientes más y menos rigoristas de un gobierno ya de por sí islamista, no son suficiente.

En cualquier caso, se está dando una verdadera división del país en dos partes; dos interpretaciones tan dispares de lo que puede ser un país musulmán como la Turquía de Atatürk y el Irán de Jomeini. ¿Cuál es la correcta? ¿Pueden el Islam evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos? La respuesta a la segunda pregunta es la más sencilla de responder: sí, no sólo es posible, sino que es inevitable. En realidad, tenemos el ejemplo histórico del cristianismo e incluso del judaismo, que hace apenas 500 años no tenían especiales problemas en la defensa del esclavismo, en dotar de un papel secundario a la mujer en la sociedad o en condenar a severas penas a aquel que pusiera en duda la religión establecida. Hoy día, lo anterior nos parecen verdaderas barbaridades. Todo está, pues, sujeto a cambio y evolución.

Pero no se trata solamente de crear una corriente ideológica compatible con los valores democráticos de igualdad de género, libertad de pensamiento, expresión y religión, y que no busque imponer la sharia. Se trata de crear un verdadero movimiento que gane adeptos a través de la dedicación y el trabajo al servicio de los demás. En esto llevan una gran ventaja los Hermanos Musulmanes, que crearon una inmensa red de asistencia social allí donde el Estado no llegaba, con su consiguiente desprestigio. Construir esta red social, no basada en valores religiosos, y corregir errores del pasado, como la corrupción, es clave. Lamentablemente se requiere de un tiempo que no parecen tener.


El ejército, cuya cúpula militar fue una de las primeras cosas que cambió Morsi, ya ha dado un ultimatum de 48 horas para que se cumplan las demandas populares, aunque el gobierno lo ha rechazado. La situación es más que tensa, con decenas de muertos y la posibilidad, todavía lejana, pero no imposible, de una eventual guerra civil que nadie desea. La inestabilidad que esto generaría en una región ya de por sí convulsa, es algo que ningún analista querría tener que analizar.

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