sábado, 29 de diciembre de 2012

La primavera Árabe. Consecuencias y retos en Túnez y Egipto

Dos años después de las protestas iniciales que derivaron en la llamada "Primavera Árabe", que recorrió todo el norte de África y parte de Oriente Medio, se comienza a apreciar con claridad algo que el bienpensante observador occidental se resiste a aceptar: que los regímenes que vienen a sustituir a las anteriores dictaduras o autocracias no son necesariamente mejores ni más respetuosos con las libertades y los derechos humanos que sus predecesores. ¿Por qué? Por la capitalización por parte de movimientos islamistas de todo signo de un movimiento que no iniciaron, desvirtuando así las peticiones de libertad y reformas democráticas de grupos más moderados y laicos. Pongamos los dos casos más paradigmáticos, que llegaron a provocar la caída de los anteriores gobernantes: Túnez y Egipto. 

Banderas de Túnez y Egipto (Wikimedia Commons)


En Túnez, por ejemplo, siendo uno de los países más estables y desarrollados cultural y socialmente de la zona (Recordemos que el Código del Estatuto Personal tunecino de 1956 dota de derechos a un nivel insólito en el mundo islámico a las mujeres), los islamistas de Ennahda, adscrito a los Hermanos Musulmanes, lograron el 40 % de los votos y 89 de los 217 escaños en el Parlamento. Si bien gobierna en coalición con dos partidos laicos de izquierdas, el Congreso para la República y el Ettakatol, y ha renunciado, de cara a la galería, a la aplicación de la Sharia, esto se debe en mayor medida a saber que todavia no disponen del poder político y social suficiente, que a una voluntad de convertirse en una verdadera alternativa democrática. De hecho, han dado ya muestras de sus intenciones reales durante la redacción del borrador de la nueva Constitución, aunque han tenido que dar marcha atrás debido a las protestas en puntos clave, como la igualdad de sexos, con la que pretendían terminar. La redacción original del artículo 28 que presentaron consideraba a la mujer como "complementaria" al hombre. En cualquier caso, la nueva Constitución tunecina no será adoptada antes de abril de 2013 y la oposición laica así como el resto de la sociedad tunecina deberá estar alerta y defender sus derechos.

En Egipto, el Partido de la Libertad y la Justicia, marca electoral de los Hermanos Musulmanes, y el salafista Al-Nur, tienen casi dos tercios de los escaños, aunque ello no implique el apoyo de ese mismo porcentaje de la población. En las elecciones presidenciales, Mohamed Morsi ganó en segunda vuelta por un exiguo margen de 900.000 votos, apenas tres puntos de diferencia, sobre su rival, Ahmed Shafik. Además, de estos votos, muchos fueron prestados por sectores que temían ver a un antiguo hombre de Mubarak en el poder, no por el carisma y la confianza en las buenas intenciones de Morsi. Por otro lado, éste se ha encargado ya de demostrar que no comprende bien qué es la democracia. Ésta no es el simple gobierno de la mayoría, sino de ésta con respeto y colaboración de las minorías. 

Los intentos de acallar a la oposición, acusándola de los más disparatados actos de traición, como en el caso de Mohamed el-Baradei, de ser seguidores de Mubarak, lo sean o no, o de ir contra el Islam, que es casi la peor acusación que se puede hacer en un país musulmán regido por la Sharia, no ayudan a ser optimistas respecto al futuro de Egipto. Siendo catastrofista, quizás no pase tanto tiempo hasta que veamos repetirse la acción de destrucción de los vestigios del pasado preislámico, como ya sucedió con los Budas de Bamiyan en Afganistán.  

Morsi ha mostrado ya los colmillos con el Decreto Constitucional del 22 de noviembre, en que blindaba sus poderes y decisiones, por encima del poder judicial. Aunque lo intentara vender como algo necesario para asegurar la transición democrática, la sociedad egipcia había sufrido lo suficiente a Mubarak como para no fiarse. ElBaradei lo expresaba de un modo contundente en una entrevista con Spiegel online: "Ni siquiera los faraones tenían tanta autoridad". Las protestas y presiones externas le llevaron a ceder y revocarlo el 8 de diciembre, pero sin posponer el referendum como le pedía la oposición. Su empecinamiento en redactar una Constitución en la que no se cuenta con la oposición, y pretender su legitimidad porque la haya votado casi un 64% de los que acudieron a las urnas (que en total, no llegaban al 33% del censo) es un gran error. Una norma de tal calibre, debe estar muy consensuada y gozar de un refrendo popular lo más amplio posible para lograr una estabilidad duradera.

La Constitución egipcia, sobre el papel, parece hasta correcta, pero en la medida que la Sharia es su fuente de inspiración, y ésta es claramente discriminatoria (lo que en el siglo VII pudo suponer un avance en los derechos de la mujer y la organización social, en el siglo XXI es un lastre para los mismos), no inspira confianza. La libertad de culto no está reconocida, se reduce como mucho a las "religiones del libro"; la libertad de expresión chocará inevitablemente con la aplicación de la Sharia; y los derechos de la mujer se verán restringidos, no lo duden.

Para que se hagan una idea del concepto de democracia y derechos humanos que los islamistas tienen, nada mejor que una lectura de la Declaración del Cairo sobre Derechos Humanos en el Islam (5 de agosto, 1990), que analicé hace ya algún tiempo aquí. No me extenderé, pero les digo de antemano que prácticamente todos los 25 artículos de la misma acaban con la coletilla "en tanto no contradiga a la Sharia", con lo que pensar en que conciban un alcance universal de los mismos se hace complicado.

No quiero ser tan pesimista como para pensar que los islamistas acabarán imponiéndose, pero sí creo necesario poner sobre la mesa los peligros reales. Aparte está, además, el reto de reducir el paro estructural de estos países, luchar contra el analfabetismo, crear las bases de un sólido desarrollo económico, político y social, acabar con la corrupción, fomentar la participación de la sociedad civil en la toma de decisiones y extender la red asistencial del Estado a toda su población (único método de luchar eficazmente contra la red paralela de beneficencia de los Hermanos Musulmanes y lograr la confianza y el apoyo de sus ciudadanos). 

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