jueves, 4 de enero de 2018

Lecturas para un año (2)

Del análisis de mis lecturas iniciado en el anterior post, se desprende que el segundo gran género que ocupan mis lecturas es el de la fantasía. Terry Pratchett, fallecido demasiado prematuramente, ocupa un lugar destacado por las novelas de la saga del Mundodisco, donde el humor irreverente e inteligente, combinado con un desfile constante de personajes únicos y entrañables, nos muestra un trasunto de nuestra propia sociedad. Por mucho que puedan ustedes no ser lectores de fantasía, caerán rendidos a los pies de las brujas de Lancre y la cabezología de Yaya Ceravieja (Comiencen con Ritos iguales y Brujerías. Pero si prefieren ir directos a Mascarada, disfrutarán además del mundo de la ópera y de su peculiar fantasma). Lo bueno de los libros de Pratchett es que, a pesar de ser muchos y transcurrir dentro de un universo coherente, se pueden leer de modo independiente y sin seguir un orden estricto.


De fantasía épica no podía faltar J.R.R. Tolkien, de quien ya había leido El señor de los anillos hacía tiempo, y tengo pendiente El Hobbit y El Silmarillion (este último, me da casi hasta miedo comenzarlo, por comentarios sobre su complejidad que he escuchado de boca de fans acérrimos). Pero Tolkien tiene también algunas obras menores entre las que se cuenta Egidio, el granjero de Ham, una suerte de fábula corta en que encontramos ya los elementos fundamentales de sus sagas posteriores; entre otros, el ascenso, a su pesar, de un hombre sin ambiciones por el poder que llega a rey; con dragón de por medio y todo.

Siento también fascinación por las historias donde el terror es algo sutil, algo que se intuye más que se muestra abiertamente. William H. Hodgson (Los botes del "Glen Carrig"; Un horror tropical y otros relatos) es uno de esos autores que saben mantenerte en vilo, pegado al libro, dando retazos de información que aportan tantas respuestas como interrogantes. También un verdadero maestro a la hora de mantener al lector en tensión, es Henry James. Cuatro fantasmas reune cuatro historias donde el componente sobrenatural encubre en ocasiones dramas familiares y críticas a la sciedad de la época. Si han leido Otra vuelta de tuerca, disfrutarán de estos relatos.

Siempre he pensado que una buena narración no tiene por qué ser especialmente académica ni darse demasiadas ínfulas. Si bien soy partidario de saber dominar el lenguaje e incluso realizar experimentos con él, me siento también muy cómodo con historias dinámicas y no especialmente complicadas que pretenden sólo entretener. Quizá por ello siento admiración por Jack London y su capacidad de transmitir la intensidad de una vida en el lado salvaje y el espíritu de frontera norteamericano. Siete cuentos de la patrulla pesquera y otros relatos es una obrita corta que reune precisamente estas cualidades de vitalismo y sencillez, en que el desenlace no es necesariamente el esperado.

Los mares del sur parecen tener una especial atracción para los aventureros y las almas bohemias y atormentadas. La historia que nos presenta William Somerset Maugham en Soberbia va más allá de la historia de un hombre con una vida convencional que lo deja todo, incluyendo el abandono de su mujer en una precaria situación económica, para dedicarse a su pasión, la pintura, sin importar lo que piensen los demás. Es una historia en que la autodestrucción va de la mano de del descubrimiento y de alcanzar finalmente, no sólo el reconocimiento póstumo, sino la propia satisfacción de saber que se ha llegado al objetivo buscado, por alto que fuera el precio.

Historias sencillas y verdaderas fábulas sobre la búsqueda de la unidad y la unión con el ser amado y Dios, encontramos en The selected stories from Masnavi, del sabio místico sufí Mevlana. A diferencia de los dislates cometidos por diferentes sectas del Islam, como la wahabi y otras, empeñadas siempre en prohibir todo lo que pueda sonar a diversión, Mevlana creía que se podía llegar a Dios a través de la música, la poesía y el baile. De hecho, sus seguidores fundaron la orden de los famosos derviches danzantes en Konya (Turquía).

Joseph Conrad, por el hecho de ser un escritor extranjero en lengua inglesa, con un particular bagaje cultural y vital, es capaz de crear obras que ofrecen el contraste entre la mentalidad Occidental y la del nacionalismo eslavo, más concretamente ruso, que tan bien conocía. Bajo la mirada de Occidente, describe con un notable dinamismo y verosimilitud el característico ambiente de intrigas nacionalistas y revolucionarias rusas de inicios del siglo XX. Pero no sólo eso, Conrad ahonda además en las diferencias entre la mentalidad rusa y la occidental; una tendencia a la introspección, al conflicto interno y la huida de la racionalidad, que es sustituida por un sentimentalismo apasionado extremo.

Herman Melville demuestra su calidad como cuentista con El estafador y sus disfraces, donde encadena durante un viaje en vapor por las aguas del Mississippi, como si de unos nuevos cuentos de las mil y una noche se tratara, una pléyade de personajes que son a su vez los trasuntos literarios de Emerson, Thoreau, Hawthorne e incluse Edgar Allan Poe, y nos muestra las múltiples caras del fraude a través de una sociedad americana en plena efervescencia. Todo ello teñido de un fino toque de humor e ingenio.

El mismo humor despliega en Bartleby el escribiente y otros cuentos, del que, y esto es una suposición personal sin ninguna base histórica, podría haber sacado la base de su doctrina de resistencia no violenta. El "preferiría no hacerlo" de Bartleby, pasará a los anales de la historia como un modelo de resistencia pasiva.


También les reconozco mi debilidad por la edad de oro de la novela de detectives británica, aquella que transcurre en el periodo de entreguerras. Disfruto con detectives "amateurs" con personalidad, como el Lord Peter Wimsey, dandy, de educación exquisita y gran atleta, de Dorothy L. Sayers en Veneno Mortal y Roger Sheringham, novelista que resuelve crímenes en su tiempo libre, que descubrimos en El misterio de Layton Court de Anthony Berkeley. Que el asesino no es el mayordomo, ya se lo imaginarán.

(Finaliza en parte 3)

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