sábado, 14 de octubre de 2017

Es la realidad, estúpido

Aunque estemos ahora mismo en un momento de relajación de la tensión del desafío independentista, en parte gracias a ese inesperado balón de oxígeno que fue la efímera declaración de independencia y el jarro de agua fría para el independentismo, los acontecimientos se siguen sucediendo y el lunes pueden comenzar a pasar cosas.

Ese es el último día que se dio de plazo a Carles Puigdemont en el requerimiento del Gobierno para que aclarase si había declarado la independencia o no. Un sí precipitaría la aplicación del artículo 155, con el respaldo de los partidos mayoritarios relevantes de ámbito nacional (IU es a todos los efectos irrelevante y Podemos un trilero en el que no se puede confiar); un no, supondría acabar de perder cualquier credibilidad que le quedara ante sus socios independentistas y una crisis difícil de cuantificar en un PDeCat donde los más críticos con la deriva de la antigua Convergència sentirán que han hecho el imbécil apoyando a una panda de locos que les llevaba al desastre; para finalizar, una respuesta ambigua, incluso que sea reenviado el discurso íntegro leido en el Parlament, no es descartable y el gobierno ya ha advertido que lo interpretará como un sí. Lo cierto a estas horas es que no parece haber nada decidido, lo que alarga la incertidumbre.

El intento de internacionalización del conflicto sigue sin surtir los efectos deseados para el gobierno de Puigdemont. Juncker ha sido tajante al declarar recientemente que no apoya una independencia (y menos aún unilateral) de Cataluña, por el peligro de contagio a otras regiones de Europa; desde la Lombardía a Córcega, pasando por Escocia, raro es el estado europeo que no cuenta con un potencial conflicto independentista. Parece que estos nacionalismos locales y excluyentes no han tomado nota de lo que la balcanización significa. Podemos dividirnos y separarnos ad infinitum porque nos diferenciemos del vecino (o creamos que nos diferenciamos)  por la lengua o razones aún más peregrinas, como que lleve pantalones de pana y nosotros chinos o se peinen con raya a la derecha a y nosotros a la izquierda; quien quiere encontrar excusas para no actuar racionalmente, lo hará.

En Cataluña como mucho se pueden tener quejas de una peor financiación autonómica; y sólo en términos relativos, ya que hay que tener una visión de conjunto para calibrar lo que el hecho de estar en España les aporta. La actual fuga de empresas debería darles una pista de estas ganancias, que pierden por la incertidumbre y la inseguridad jurídica. Rara vez se gana dividiendo, pero casi siempre si se suma. Ningún catalán va a vivir mejor por el hecho de transformarse en país independiente. Los cálculos en que se apoyaban los "economistas" independentistas partían siempre del escenario irreal de que una Cataluña independiente se mantendría automáticamente en la UE, sin fuga de empresas al exterior e intercambios comerciales que apenas sufrirían cambios con el resto de España; justo lo contrario de lo que ya está pasando.

La situación de "opresión" que el independentismo intenta vender en el exterior, no se sostiene. Las cargas policiales del día del referendum, aunque dieron lugar a fotos que ahora distribuyen hasta el hartazgo, ni fueron tan globales, ni produjeron el número de heridos que se mantiene, ni mucho menos son el pan nuestro de cada día. Cataluña ha contado y cuenta con una notable autonomía. Cualquier tipo de discriminación hacia la lengua que pudiera existir, cesó hace más de 35 años. De hecho, la situación se pervirtió en poco tiempo y dio un giro radical. La educación, que fue dejada virtualmente sin supervisión del estado durante este tiempo, derivó en un adoctrinamiento en una historia de Cataluña ajena a la realidad histórica y dirigida a provocar un sentimiento de rechazo y alienación hacia España y lo español.

Intentar equiparar Kosovo, que con bastante buen criterio sigue sin estar reconocido por España, a Cataluña, para defender la idea de una separación terapéutica, debida a una infracción grave de las normas internacionales o uso ilegal de la fuerza, es sólo un despropósito más de la dialéctica independentista. La legalidad constitucional y autonómica ha sido violada por ellos, no por el estado, y los derechos pisoteados son los de la mayoría de catalanes contrarios a la independencia y la oposición política en el Parlament, que fue privada de voz y voto en todo el Procés.

Seamos serios: es la realidad, estúpido.


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