Que el saber no ocupa lugar, es una mentira que conocemos todos aquellos que nos declaramos amantes de los libros. Ocupan espacio, pesan y algunos se nos pueden hacer indeciblemente pesados. Sin embargo, no cambiaríamos esa imagen de estanterias atestadas de libros, leidos y releidos, que otorgan calidez y un sentimiento de placidez a un hogar. Es más, a pesar de las "desventajas" del papel sobre los libros electrónicos, éstos siguen sin arrancar y no parece que vayan a constituirse en su sustituto, sino en complemento en el mejor de los casos. Además, diversos estudios psicológicos llevan tiempo señalando que la memorización se logra mejor leyendo en papel y no en formatos digitales. No sé si serán de mi opinión, pero una casa sin libros da una cierta sensación de desnudez.
Por desgracia, los españoles leemos poco, ya sin entrar a valorar la mayor o menor calidad de las lecturas. Los datos del CIS, aunque arrojan mejoras de 15 años a esta parte, cuando en 2002 un 42% de españoles confesaban no leer ni un libro al año, reflejan que en torno a un tercio de los españoles sigue sin poner la mano sobre un libro en todo el año. Si los resultados medios no son peores, posiblemente sea por ese escaso 9% de los que leemos 13 o más libros al año. Por hacer una comparación, en Estados Unidos "sólo" un 25% declaran no leer ni un libro al año y, además, leen de media el doble de libros que nosotros.
Los datos señalan también que en la cohorte de edad de 14 a 19 años, el número de lectores se sitúa en el 90%, para descender en poco tiempo a esas tasas de lectura que tanto deberían avergonzarnos. ¿Qué se está haciendo mal? Quizás una de las claves sea la apuntada aquí, que los libros que los chavales se ven obligados a leer son aburridos. Una cosa es que Cervantes, Clarín o Pérez Galdos sean grandes referentes de nuestra literatura, y otra que haya que inyectarles en vena libros en un lenguaje que no dominan y para los que es probable que carezcan aún del bagaje intelectual para apreciarlos. Es decir, lo primero es lograr que aprecien la lectura como algo positivo y agradable para que, con el tiempo, acaben diversificándose y descubriendo nuevos, o antiguos, géneros y escritores. Miren la lista de lecturas recomendadas por los educadores británicos y lloren.
Me pregunto si no será por evitar un trauma a los
pobres estudiante de bachillerato que el gobierno ha planteado la
eliminación de la asignatura de literatura universal... Ciertamente
es triste pensar en el nivel de ni-nismo que esto, junto con
la desaparición de la asignatura de filosofía, acabará
produciendo. Si bien me refería antes a las dificultades que podían
encontrar estudiantes no preparados para comprender y apreciar textos
con registros diferentes a los que están acostumbrados, considero
temerario e irresponsable que nunca se vean siquiera enfrentados a
ellos. Nadie nace sabiendo y aprender es un reto y una carrera que
nunca finaliza. No es buen mensaje el que parece entreverse: "¿Te
cuesta esfuerzo? No te preocupes, eliminamos la asignatura."
Es verdad que no todo depende de la escuela; la relación entre éxito escolar y una buena biblioteca familiar está bastante más que demostrada, aunque haya quien discuta que, a mayor nivel económico, más posibilidad de que esto ocurra. Pero a estas alturas, contando con amplia red de bibliotecas públicas y proliferando las tiendas de segunda mano especializadas en libros, mantener que sólo las personas pudientes pueden leer, es un anacronismo injusto y un intento de autoexcusarse por los errores propios. Los padres son responsables de animar a sus hijos (importante, animar, no forzar) a leer; a su ritmo y sin cortapisas. Excitar la curiosidad del niño y joven adulto es el mejor método para que, de motu proprio, se convierta en un lector maduro.
Nunca hay que descartar un género, aunque pueda ser
académicamente poco apreciado. Como en el caso de las comedias en el
cine, poco apreciadas por la crítica en general, pero éxito de
audiencia, en contraposición a dramones infumables y soporíferos
(de los que el cine español sabe mucho) pero francos fiascos...
cuando llegan a estrenarse, aunque sólo sea para cobrar
subvenciones. Así, la fantasía o la ciencia ficción no tienen
por qué ser considerados inferiores al ensayo. Yo mismo soy un lector
tardío de ciencia-ficción (aunque no por considerarlo un género
menor), en la que encuentro muchas obras que son críticas mordaces y
verdaderos trasuntos de nuestra sociedad actual, con sus vicios y sus
virtudes. Creo que ser capaz de disfrutar por igual del humor de Tom
Sharpe, el ingenio de G. K.Chesterton, la fantasía de Terry
Pratchett, el costumbrismo de Soseki Natsume, el naturalismo de Emile
Zola, o el cosmopolitismo de Henry James es algo que no cambiaría
por nada.
Las ventajas de la lectura a nivel cognitivo son enormes: ser capaz de ponerse en el lugar del otro, sentir su dolor o su alegría; ponerse mentalmente en diferentes situaciones sociales y contextos históricos; realizar una lectura crítica de la realidad, distinguir lo profundo de lo superficial, lo importante de lo accesorio; ser más imaginativo y convertirse a su vez en potencial creador de nuevas historias...
¿Qué creen ustedes?
¿Qué creen ustedes?
José Luis, no puedo estar más de acuerdo contigo. Excelente artículo...Y nutrida biblioteca. Dices que una casa sin libros "da una cierta sensación de desnudez". A esto añado que el hogar de uno -aunque tengamos varias casas- es el lugar donde tenemos los libros. No hay vuelta de hoja. Mira si no, a esa gente errante, que cambia continuamente de residencia, que acampa en lugares distantes y distintos para vivir, pero llevan sus libros consigo. Siempre he pensado que estas gentes -políticos, intelectuales, artistas, etc.- jamás se encontrarán extraños o fuera de tiesto, cualquiera que sea su nuevo hospedaje, pues saben bien qué hacer para no separarse de su hogar. Esa es mi aportación. Besos.
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