sábado, 22 de octubre de 2016

La larga marcha hacia la irrelevancia política

Podemos va camino de la irrelevancia política. ¿Cómo puedo decir esto, se preguntará más de uno, en relación a un partido que cuenta con una nada despreciable representación parlamentaria, y cuyas perspectivas ante unas terceras elecciones se antojan bastante positivas? La respuesta pasa por obviar el número de escaños que tienen o puedan obtener y trasladar la cuestión a la posibilidad de influir en las políticas que lleve a cabo el nuevo gobierno, que nadie duda ya que será del Partido Popular y encabezado por Mariano Rajoy.



Toda posibilidad de convertirse en un partido de corte transversal, que superase la tradicional división ideológica entre derecha e izquierda, ha quedado absolutamente dinamitada por la actitud de un Pablo Iglesias que prefiere seguir una línea dura y "dar miedo". Esta actitud y la clara percepción social que Podemos no es precisamente un partido de centro o, por lo menos, un partido donde cabría algo de pensamiento liberal o socialdemócrata, impone un claro techo electoral.

La fase de expansión de Podemos ha llegado a su cénit. Si bien en el supuesto de unas terceras elecciones todo apunta a que alcanzaría una mayor representación parlamentaria, merced a una variable exógena: el estado lamentable del Partido Socialista, esta circunstancia es de todo punto coyuntural y no volvería a repetirse.

Pero Iglesias prefiere autoengañarse y emprender una huida hacia delante, que vende como una vuelta a los orígenes de Podemos en el 15M. No quiere aceptar que la situación que dio origen al nacimiento y auge de su formación ha cambiado. En primer lugar, la llegada del partido de Iglesias a las instituciones locales y autonómicas, donde ha llegado a gobernar o facilitar gobiernos de otros partidos que no fueran el Partido Popular, ha creado ya una base sobre la que exigir reponsabilidades por su gestión. En segundo término, Ciudadanos ha hecho un buen trabajo atrayendo al centro político y comiéndose todo el electorado moderado que en un primer momento apoyara a Iglesias, pero que rápidamente se sintió incómodo y fuera de lugar en Podemos. En tercer lugar, el descontento y la insatisfacción de parte del electorado de la formación morada, joven y muy volatil, les ha llevado a la abstención o a volver a sus antiguos partidos, como escenifica la pérdida de un millón de votos de Podemos el 26J.

No se trata sólo de que los números no den para un posible pacto de izquierdas que permita formar un gobierno alternativo al de Rajoy, sino que tampoco parece que como oposición vayan a tener influencia alguna en las políticas del gobierno. Tiene muchas más posibilidades de hacer una oposición constructiva y responsable el PSOE, aunque ahora mismo esté en estado comatoso y nada, salvo el sentido común para garantizar su propia supervivencia como partido, garantice todavía una abstención a la investidura de Rajoy.

La realidad es que el gobierno de Mariano Rajoy será en minoría y, como ya ha recalcado el presidente en funciones, eso le llevará a gobernar de manera diferente. Es decir, pactando con otras fuerzas políticas, en un claro guiño al partido socialista. El quid de la cuestión es precisamente la palabra pactar, que implica cesiones mutuas y acuerdos razonables y beneficiosos para las partes implicadas. Podemos no se ha caracterizado por su flexibilidad ni capacidad de cesión para llegar a acuerdos, lo que lo convierte en un virtual convidado de piedra en el Congreso.

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