viernes, 18 de marzo de 2016

Podemos: una olla a presión a punto de estallar

¿Vive una crisis Podemos? Sí, y no ha hecho más que comenzar. En realidad, nadie debería sentirse sorprendido. Al interno de Podemos, como Pablo Iglesias ha repetido en múltiples ocasiones, conviven un gran número de sensibilidades. Sin embargo, unas son como agua y otras como aceite, con lo que la mezcla no puede resultar exitosa. Hasta el momento, con un equilibrismo dialéctico digno de elegio, ha logrado contentar de modo relativo a todos y contener o posponer algunas de las demandas más conflictivas de las diferentes facciones. Pero el tiempo ha pasado, la fase ascendente de crecimiento de Podemos se ha detenido e incluso amenaza, como apuntan las encuestas, a un franco retroceso. Pablo Iglesias se ha quitado la careta o, más correctamente, muchos han comenzado a abrir los ojos a la realidad.


¿Cuáles han sido los factores de este cambio? Por un lado, Podemos ha sido ya ubicado (correctamente, todo sea dicho) por los electores como un partido netamente de izquierdas. La irrupción de Ciudadanos en el tablero político nacional ha absorbido esa parte de su electorado y cerrado la posibilidad, mas de boquilla que real, de convertirse en una alternativa política que trascienda la tradicional división entre derecha e izquierda, que venía a ser lo que supuestamente Podemos pretendía en sus inicios, si pecamos de ingenuidad. De seguir las cosas así, Podemos quedará constreñido a un máximo del 20% de los votos, porcentaje similar al mejor resultado del PCE, o incluso menor, dependiendo de cuánto llegue a dividirse.

Por otro lado, debe añadirse que, una vez logrado el acceso a las instituciones, con lo que tendrían la oportunidad de convertir en hechos concretos lo que hasta el momento no eran más que las cuentas del Gran Capitán, su gestión resulta criticable; sobre todo el hecho de centrarse en cuestiones banales y simbólicas antes que en la gestión. 

En tercer lugar, la actitud arrogante y prepotente a la hora de "tender la mano" al PSOE para una gran coalición de izquierdas que desbancase al Partido Popular. No creo que sea un ejercicio de gran inteligencia ofender gratuitamente a tus potenciales socios de gobierno, o no apoyar con su abstención una coalición alternativa que lograse el mismo resultado. Siempre y cuando, claro está, la intención de Iglesias no fuera desde el principio crear una situación tal que no hubiera más remedio que convocar nuevas elecciones.

En cuarto lugar, las diferencias de criterio entre dos facciones: una moderada, representada por Íñigo Erregón y sus afines, que aspira a convertir Podemos en una alternativa socialdemócrata al PSOE, y otra más radical, liderada por Iglesias con el apoyo de la izquierda anticapitalista, más cercana a la ortodoxía centralista y jerarquizada del PCE, lo que no resulta extraño, ya que muchos de sus miembros proceden de él.

En quinto lugar, la falta de democracia interna, por mucho que Iglesias se haya llenado la boca en repetidas ocasiones con referencias a procesos participativos ciudadanos y "escuchar a la gente" (Por cierto, señor Iglesias, los que no le votamos también somos gente), loque impera en Podemos es una autocracia estricta. Los círculos de Podemos han quedado relegados a un papel decorativo sin influencia real. El secretario general posee un control férreo sobre la estructura del partido, pudiendo hacer y deshacer a sus anchas, lo que ya ha provocado en su momento dimisiones en bloque al imponer candidatos o, como en el caso de Sergio Pascual, le ha permitido expulsar a elementos que le resultan molestos. En realidad, nada de esto resulta sorprendente, teniendo el modelo bolivariano como referente. Ni siquiera que frases como "No hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos y los recursos", que denotan cualquier cosa menos una invitación al pluralismo interno, aparezcan como justificación de los golpes de mano de Iglesias. Además, esto recuerda sospechosamente a la "vieja política" de la que tanto abomina.

En último lugar, la brecha nacional-nacionalista, relacionada con el anterior. Podemos se ha erigido en adalid del derecho a decidir en los llamados territorios históricos, pero sin permitir a las ejecutivas de de Podemos en los respectivos territorios llevar a cabo dinámicas propias, con un gran dirigismo desde Madrid. No extraña, pues, que los primeros lugares donde la crisis fue tan grave como para tener que crear gestoras fueran País Vasco, Galicia y Cataluña. Por otro lado, los votantes de Podemos en territorios no nacionalistas, difícilmente pueden ver con buenos ojos la posibilidad de referendums regionales, que no cuenten con el resto de España. En los territorios en que Podemos se ha presentado con diferentes confluencias, se corre un riesgo muy real de división (ya ha pasado con Compromís) y de no reeditar los resultados de las anteriores elecciones generales.

Queda por ver cuál será la reacción de Íñigo Errejón, que lleva varios días con un sensato mutismo, preparando su estrategia. En todo caso, el reloj para la convocatoria de nuevas elecciones sigue avanzando para todos.

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