Hace apenas diez años,
los más adelantados entendieron que era algo vital encontrar
un espacio en la red porque era lo "moderno", lo que
representaba una ruptura con la política tradicional, aunque,
visto ahora, parece ingénuo haber otorgado tanta importancia a webs
que eran poco menos que largos monólogos de autobombo, puesto que la
comunicación era unidireccional e impersonal. Es ahí donde
radica la clave del paso a la política 2.0: la interactividad en tiempo real.
Antes, a causa de la lentitud de las conexiones a internet y que
no era tan común contar con un ordenador en casa, no era viable
un diálogo fluido. En la actualidad, el abaratamiento de los equipos
informáticos, sobre todo los portátiles, la popularización de las tablets y la extensión a los
móviles de aplicaciones hasta hace poco reservadas a
los ordenadores, han aumentado exponencialmente las posibilidades
de individualización de los mensajes, ajustándolos mejor a su
receptor.
Sin embargo, la calidad
del mensaje no cuenta tanto como el modo de promocionarlo y conseguir
que se convierta en un fenómeno. Lograr que cientos de miles de
personas se apunten online a una determinada iniciativa no tiene porqué
traducirse en la misma participación en la calle, sobre todo en
la medida que suponga un desembolso económico o implique un
compromiso activo. La gratuidad o bajo coste hacen que el coste de
oportunidad para participar sea menor y que más gente este
dispuesta a hacerlo. Este porcentaje disminuye dramáticamente a
medida que las obligaciones aumentan. Además, la implantación
progresiva de internet como medio de comunicación política
no implica que todos los individuos empleen o conozcan en el mismo
grado las múltiples herramientas de que disponen para participar.
No basta con crear una
web, blog o un grupo en una red social y mantenerlo actualizado. Para
que estas iniciativas tengan una traslación real, es
indispensable la creación de espacios y momentos en que las
personas interactuen y refuercen sus relaciones. Es posible que la
red y el progresivo aumento de dispositivos móviles, que
posibilitan estar permanentemente conectados, aporten inmediatez,
pero un compromiso duradero requiere de reflexión para asentarlo
sobre una base sólida y relaciones interpersonales de verdad.
El éxito de la campaña de Obama se basó precisamente en la movilización de cientos de miles de voluntarios por todo el país. Dirigidos por un reducido grupo de asesores de campaña a sueldo que los coordinaban, llevaban a cabo las principales tareas de organización: obtención de donaciones, llamadas telefónicas e incluso iban si era preciso puerta a puerta, pidiendo el voto a los votantes potencialmente indecisos. Cabe preguntarse si el fenómeno del asociacionismo norteamericano, que ya observase Tocqueville hace casi dos siglos, explica este formidable volumen de participación y compromiso; no esperan ser subvencionados ni recibir algo a cambio, más que la victoria de su candidato.
Otro punto vital que
inclinó la balanza del lado del presidente Obama y que es
perfectamente extrapolable al caso español, fue llegar a los
líderes de opinión dentro de cada comunidad. Más información
no significa mayor claridad. Muchos se sienten confusos y perdidos
ante un maremagnum de contradicciones; otros, consideran que no
tienen conocimiento suficiente para formarse una opinión, pero
seguirán el criterio de personas en las que confien y a los que
atribuyan buen juicio. Éstas no tienen porqué ser grandes
pensadores ni contar con títulos y diplomas, basta con que se les
dé autoridad y credibilidad a sus palabras.
En relación a los
tradicionales medios de comunicación de masas, sería un grave error
pensar que las redes sociales los sustituyen. En realidad, lo que
hacen es complementarse los unos a los otros, si bien es cierto
que se produce una disminución del peso específico de la
televisión, la radio y la prensa impresa, ya que para los
partidos políticos, las redes sociales suponen un claro ahorro
de costes en publicidad. (menos anuncios en prensa escrita o
televisión, basta ponerlo en youtube, facebook o twitter en forma de marketing
viral). Los medios ya no son un intermediario necesario a la hora de
comunicar los mensajes; no es necesario siquiera que estén en el
lugar donde se produce la noticia; los partidos políticos ya se
habrán preocupado de colgar en youtube el video del acto, twittearlo
y postearlo en facebook o tuenti. Luego lo remitirán, editado y
redactado en los términos que les interesa a los medios, quienes
decidirán si la publican y con que titular, en función de su mayor
o menor afinidad política.
En todo caso, Hay que romper con la idea de que los medios son neutros y se limitan a transmitir fielmente los hechos sin intentar influir en la opinión de la gente. La objetividad no existe y es mucho más honrado reconocerlo que empecinarse obstinadamente en ocultarlo. El tratamiento que se da a las noticias tiene siempre un sesgo más o menos evidente. Ello no es negativo per se, sólo es un reflejo de las diferencias de opinión que en una sociedad sana existen.
El aumento de las posibilidades de participación ciudadana en la política, haciendo que cada uno se conviertan en una potencial fuente de opinión, tiene también su reverso tenebroso. El contraste de las informaciones se vuelve negligente y se da por hecho que si algo está en la red, será verdad. Se pierde en ocasiones el espíritu crítico y la prudencia y se acusa sin pruebas; basta con ser acusado para ser inmediatamente condenado por la opinión pública; opinión pública a la que, por otro lado, al igual que "la ciudadanía" o "el pueblo", se le da un carácter uniforme y personalidad propia, olvidando que es un cajón desastre en que muchas personas pueden coincidir en lo mismo, pero por razones diferentes. La cuasipersonificación de la opinión pública como un todo homogéneo es una falacia en la que se incurre con bastante asiduidad.
Que haya Campañas muy
activas en la red en pro o en contra de un tema determinado,
no implica que éste sea importante o una preocupación inmediata
del grueso de los votantes, ya que habitualmente las mayorías a
favor son silenciosas, si bien es un buen indicador de hacia
donde debe encaminar sus esfuerzos el político, en la medida en
que la cuestión puede volverse importante y formar parte de la
agenda política.
En cualquier caso, debe
plantearse hasta que punto altera realmente el feedback la posición
de los políticos. La existencia de un clima de opinión favorable
o desfavorable a un tema determinará las medidas a tomar: echar
marcha atrás o intentar movilizar todos los recursos disponibles
para cambiar la opinión mayoritaria o desviar su atención hacia
otros asuntos más cómodos. Los partidos que quieran tener una
ventaja sobre sus competidores, deberán ser los más rápidos
programando y contraprogramando la agenda política
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