miércoles, 7 de noviembre de 2012

En defensa de la Democracia Representativa

En momentos de crisis e incertidumbre como el actual, cuando la clase política está sujeta a un desprestigio cada vez mayor y, lo que es más grave, el mismo sistema democrático, considero que toca levantar una lanza en defensa de la democracia representativa. Puede tener sus fallos, pero hay que defenderla con uñas y dientes, porque el siglo XX fue ya testigo de lo que ocurre cuando se la deja de lado. Intentaré analizar muy someramente algunas de las críticas referentes a la participación, la representatividad  y el papel de las redes sociales. Verdaderamente cada una de ellas daría para una tesis doctoral, pero sólo me propongo generar reflexión. 





Partamos de que no existe una democracia perfecta y es difícil, si no imposible, que participe todo el mundo. Unos, simple y llanamente, no querrán, otros no podrán y un último grupo, no sabrá como participar. En cualquier caso, los ciudadanos no tenemos obligación de participar en todo, podemos elegir aquello que nos interese. La gente siente necesidad de participar cuando se ve íntimamente afectada. Veamos por qué no se participa:
- Porque no se quiere: Ya se trate de desencanto, dejadez o que, simplemente, uno ya se vea representado por gente que sí participa en el proceso político, habrá siempre un considerable número de personas que se quedarán al margen.
- Porque no pueden: en un contexto que no sea de catástrofe total o de falsa democracia, esta opción es casi residual.La participación política tiene unos costes que no todo el mundo puede o quiere asumir; reducirlos aumenta el número de personas interesadas.
- Porque nadie se lo ha pedido: Viene a ser una variación de la anterior, pero con un matiz importante; se trata de personas que podrían estar interesadas en participar si encontraran los entornos de participación y movilización adecuados.

Tampoco hay que confundir democracia con gobierno. El hecho de que exista un gobierno más o menos eficiente y que dé o no adecuada respuesta a las necesidades de sus ciudadanos, no implica que el país goce de mala salud democrática. La democracia implica la existencia de unas mismas reglas de juego a la hora de la lucha, la conquista y el mantenimiento del poder; así como un sistema periódico y regular de elecciones competitivas que permita el cambio de los gobernantes (No entraré en el sistema electoral de momento, ya que merece un artículo aparte, como poco). Debemos ser serios y, aunque parezca una perogrullada, recordar que la participación política sólo es posible en contextos democráticos; fuera de ellos, son meras comparsas.

Un equívoco común consiste en identificar el voto como el único medio para influir en el gobierno. No es verdad que no se pueda hacer nada en cuatro años tras las elecciones. Las encuestas son un modo de votación continua que muestra el descontento o aprobación de la ciudadanía con el gobierno que, si quiere perpetuarse en el poder, deberá escuchar. La petición por parte de algunos sectores de una especie de "evaluación continua" de los gobiernos tiene, en mi opinión, una peligrosa contrapartida: la dificultad, cuando no ya imposibilidad, de adoptar políticas a medio y largo plazo.

Además, para determinadas grandes políticas, los mayores partidos deben buscar acuerdos que sobrevivan a los cambios de gobierno. Aparte de eso, las diferentes organizaciones de la sociedad civil -Sindicatos, Patronales, ONGs, Asociaciones de todo tipo- grupos de presión y lobbies, intentarán ejercer influencia sobre los políticos en representación de sus propios intereses. De hecho, ya llegó a la conclusión Alexis de tocqueville en "La Democracia en América" que la base de una democracia sólida era una fuerte vida asociativa (además de la división de poderes), que actuara de contrapeso con el poder político.

En cualquier caso, un gobierno asambleario no puede ser la solución, por su falta de operatividad y el hecho que ni siquiera asegura la participación de todo el mundo. Un ejemplo muy ilustrativo lo presenta Robert Dahl en su libro "La Democracia. Una guía para los ciudadanos" , cuando describe el caso del Estado norteamericano de Vermont, donde aún se practica este modelo asambleario en algunas localidades. A grandes rasgos, se trata de pueblos que no superan los 5000 habitantes, de los cuales apenas 500 se presentan a la asamblea y sólo un tercio participa realmente, con lo que nos plantamos en apenas un 3% de participación efectiva. Todo ello no implica que haya que eliminar este tipo de consultas populares, es más, veo beneficioso que en el nivel local haya consultas populares sobre cuestiones que afectan al bienestar de los vecinos: servicios públicos, obra de canalización de suministros, construcción y remodelación de calles, etc; y que los resultados de éstas sean tenidos seriamente en cuenta en lugar de ser abandonados en un cajón.
El desarrollo de las nuevas tecnologías y la generalización del uso de la red ha llevado a una disminución sustancial de los costes de participación política y a la posibilidad de que casi todo el mundo pueda expresar su opinión e inquietudes si así lo desea. Pero la red tiene sus peligros y se puede caer en una falsa sensación de hiperactividad y de apoyo mayoritario de las redes sociales (Twitter, Facebook, Tuenti...), ya que al ser retroalimentado por gente de tu entorno, puede perderse el contacto con la realidad. Para explicarme mejor, les comentaré una anécdota que me viene a la cabeza al mencionar este tema. Es el de una señora, ya mayor, que se quejaba tras las elecciones de que el partido vencedor tenía forzosamente que haber hecho trampas. Al preguntarle la razón, ella respondió: "Es que todas las personas que conozco han votado al otro. No sé de nadie que les haya apoyado". Hay que ser muy cuidadoso para no quedar atrapado en una burbuja de falsa seguridad.

Concluyamos, de momento, que la Democracia Representativa tiene fallos, pero ello no debe llevarnos a sustituirla por cualquier cosa, sino a mejorarla y corregirlos. Una mayor transparencia en la gestión, exigencia de cuentas, participación efectiva y constante en el nivel local y hacer sentir al electorado que su función no termina tras introducir el voto, harán que se recupere la confianza en un sistema en el que cabemos todos. 



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