lunes, 12 de noviembre de 2012

El mundo de ayer - Stefan Zweig

El mundo de ayer (Die Welt von Gestern) es un libro capital para entender la Europa de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. El autor, Stefan Zweig, tenía ya una larga experiencia escribiendo biografías y obras del género hsitórico, como había demostrado profusamente a lo largo de su dilatada carrera literaria. Fouché, momentos estelares de la Humanidad, María Antonieta y otros muchos libros, que pueden encontrarse fácilmente en el mercado, dan buena cuenta de su pluma ágil y su estilo fluido. Su autobiografía reune lo mejor de una vida apasionante, dentro de un mundo en continuo cambio.



Es difícil hacerse a la idea de lo que debió de sentir Stefan Zweig en los últimos años de su vida, exiliado en un país extranjero debido a la persecución que él y su obra sufrían en su Austria natal. Él había nacido y se había criado en el mundo de la seguridad, en una sociedad tranquila y serena impregnada de humanismo y confianza en el progreso. En este mundo pervivían los valores ilustrados que habían triunfado con la Revolución francesa, y que iban a sufrir un serio descalabro a partir del fin del siglo XIX.

El proceso de degradación de estos valores fue progresivo y, creo, en cierto modo imprevisibles. La contingencia de la historia queda demostrada en mi opinión. ¿Quién podía pensar que una acción de un nacionalista serbio en Belgrado provocaría la 1ª Guerra Mundial? ¿Quién habría podido imaginar que un pequeño partido como el nacionalsocialista llegaría a tomar el poder e imponer un régimen de terror a toda Europa? El propio Stefan Zweig deja claro que esas ideas no se le pasaban por la cabeza a la mayoría, incluido él mismo.

Su nacimiento se había producido en el seno de una sociedad conservadora donde no se producían bruscos cambios ni revoluciones. Todo parecía sugerir estabilidad, empezando por la dinastía de los Habsburgo, que conducía los destinos del Imperio austro-húngaro desde hacía siglos. La gente, confiada, podía prever con antelación como transcurriría su vida. Se valoraba la experiencia (edad), pues se consideraba que los jóvenes no estaban suficientemente preparados y eran demasiado impulsivos. 
 
Paradójicamente, fue en esta atmósfera que dificultaba el surgimiento de cualquier cosa nueva en la que aparecieron movimientos de vanguardia en todas las esferas de las artes, desde la lírica hasta la pintura y la música. Rechazaban el clasicismo académico y buscaban nuevas formas de expresión. Stefan Zweig desde muy joven se vio atraído por este mundo que estaba fuera de los muros de la escuela. Ese ímpetu no era algo solitario, sino compartido con otros compañeros de escuela. Por suerte para él, Viena era una ciudad donde el cultivo de las artes era casi una religión. Se prestaba mucha menos atención a la política de la que se podía prestar a una representación teatral. Esta pasión por el arte no era meramente pasiva, no sólo leía, sino que también experimentaba y creaba. Por un cúmulo de circunstancias y capacidad personal, logró, siendo bastante joven, hacerse ya un nombre en los círculos literarios e incluso entre el público general. Los años de escuela y de universidad los pasó como un mal menor, intentando aprovechar el tiempo en cosas más provechosas. Además, el mundo de la seguridad en que vivía le permitía actuar con tranquilidad y planificación.

Los partidos de masas a finales del siglo XIX ya habían entrado en el juego democrático, con los partidos obreros (socialistas sobre todo) a la cabeza. Los derechos que antes pertenecían a las clases altas casi en exclusiva se habían ido extendiendo a capas cada vez más amplias de la población. Las políticas educativas llevadas a cabo por la mayoría de los estados europeos habían conducido a una disminución del analfabetismo y un aumento del público lector.
 
Pero este mundo de la seguridad no duraría para siempre. Negros nubarrones se cernían sobre Europa. Los franceses no habían olvidado todavía la derrota de la guerra franco-prusiana y tenían un ánimo revanchista. Con el fin de la era de la diplomacia de Bismarck se abre un proceso que conducirá a la primera guerra mundial. Los alemanes en este periodo inician un proceso de expansión internacional, incorporándose tarde al reparto colonial, con lo que entran en colisión con otras grandes potencias europeas, Francia e Inglaterra sobre todo. Se comienza a dibujar una compleja red de tratados de apoyo mutuo entre países. Francia se atraerá a Rusia, Alemania a Austria. En mi opinión, no creo que se pensara nunca en tener que aplicarlos realmente, sino que se creía que bastaba con su mera fuerza disuasoria. 
 
El heredero al trono del Imperio Austro-húngaro, Francisco Fernando, y su esposa Sofía
 Esta creencia se demostró fatal cuando el 28 de junio de 1914, el heredero al trono austriaco, Francisco Fernando y su esposa Sofía, fueron asesinados en Bosnia por un nacionalista serbio, Gavrilo Princip. En los primeros momentos en Austria no se oían tambores de guerra, pero hubo un cambio en la opinión pública a medida que los periódicos iban subiendo el tono de sus acusaciones al gobierno serbio como encubridores, e incluso instigadores, del asesinato. La opinión pública, llevada de esta propaganda, exige que se tomen medidas de castigo. Se muestra de forma patente la influencia que los medios de comunicación han adquirido a principios del siglo XX. Se suceden los ultimatums del gobierno austriaco al serbio y se llega a lo inevitable: se declara la guerra. En virtud de los tratados suscritos con anterioridad, Alemania y Austria se movilizan y franceses rusos e ingleses hacen otro tanto. En cada país (llevados de Rusia, donde las levas son forzosas), los jóvenes se alistan en masa en el ejército, llevados de un ciego orgullo patrio, con una imagen idealizada y heroica de la guerra. Hay un ambiente de euforia que resulta contagioso y las voces que no están a favor de la guerra son silenciadas o tachadas de traidoras. Se consideraba que la culpa de la guerra la tienen los gobiernos del país contrario, no se cuestiona la responsabilidad de los propios gobernantes. 

Se pensaba que sería una guerra como las anteriores, corta en el tiempo y limitada en el espacio, tras al cual de volvería al statu quo anterior. Pero se equivocaron, esto ya no sería así. La guerra tuvo un alcance internacional que trascendió el ámbito europeo al incorporarse los Estados Unidos al bando aliado casi al final de la guerra. Los avances técnicos que se habían producido en las últimas décadas, símbolo del progreso y del avance de la razón científico- técnica, se aplicaron al conflicto. Nuevas y más mortíferas armas aparecieron, se usó por vez primera la aviación y los tanques y la guerra llegó más directamente a la población civil. Aquellos países que se declararon neutrales como España, y sobre todo Suiza, obtuvieron pingües beneficios de la guerra. Suiza se convirtió en un hervidero bajo la calma aparente, espías de todos los bandos confluían en ella. Pero era al fin y al cabo un remanso de paz en medio de la destrucción generalizada. 
 
Stefan Zweig inicia su propia lucha durante la guerra: la guerra por la fraternidad espiritual de Europa. Estaba convencido que el enfrentamiento entre países no significa forzosamente que todos deban odiarse. Confía, como hombre ilustrado y de amplia formación humanística, en el valor de la palabra, y que las ideas no tienen fronteras. Sus esfuerzos no tuvieron influencia alguna en el desarrollo de la guerra, pero sí que sirvieron para mitigar la sensación de aislamiento que muchos europeos, que todavía creían en la humanidad, sufrían. Veo aquí un rasgo de europeismo, se aspira a lograr un mejor entendimiento entre los pueblos europeos: una conciencia europea. El europeismo como realidad tardará todavía mucho años en llegar, pero no se explicaría sin la existencia de gente que, como Stefan Zweig, tenían una visión del mundo que excedía a la del Estado-Nación.

 A medida que pasaban los años, la población, cansada y desencantada, ya no defendía la guerra como en los inicios; surgían por doquier voces críticas a la misma. La euforia y el romanticismo inicial habían dado paso a la cruda realidad. La salida de Rusia de la guerra por el triunfo de la revolución bolchevique en 1917 había sido un balón de oxígeno para Alemania, que todavía confiaba en ganarla. Pero no le duraría mucho este respiro, la guerra ya estaba decantada a favor de Francia y sus aliados. Además, la entrada de Estados Unidos e Italia supuso un aumento del frente contra Alemania y Austro-Hungría. Así, el 11 de noviembre de 1918 se firma el armisticio que pone fin a cuatro cruentos años de guerra. Millones de personas han perecido y Europa queda destruida. El Kaiser Guillermo II en Alemania y el emperador Carlos en Austria abdican. Europa se prepara para sufrir serias transformaciones en sus fronteras y para redefinir su papel en el mundo. 

Alegorías de Rusia rompiendo sus cadenas tras el triunfo de la Revolución Bolchevique

Ya en 1919 se celebra la conferencia de la Haya en la que se impone a los perdedores unas condiciones durísimas. Alemania se enfrenta al pago de astronómicas reparaciones de guerra y el Imperio austro-húngaro es obligado a disolverse. Los términos absolutamente abusivos del tratado de paz (el Diktak como lo llamarían los alemanes) y el afán revanchista de esta conferencia estarán en la base de la segunda guerra mundial. Centroeuropa estaba completamente devastada por la guerra y difícilmente podía hacer frente a estos pagos. Alemania no tenía flota, había perdido todas sus patentes y las colonias que poseía. La carestía de productos y materias primas era general. La población sufría hambre física. El gobierno alemán, que no tenía una base financiera real, pues su economía había quedado destruida por la guerra, tenía que hacer frente a una cantidad inmensa de gastos y comenzó a imprimir un dinero que enseguida perdía su valor. El proceso inflacionario subsiguiente fue nefasto: los precios se multiplicaban a lo largo de un mismo día, los pequeños ahorradores perdían su dinero, los deudores se afanaban en buscar a sus acreedores para devolverles lo debido con una moneda devaluada, se volvía al trueque... También en Austria se produjo un proceso inflacionario muy grande, pero menor que la hiperinflación alemana. El fin de esta crisis se produjo cuando los estadounidenses comenzaron a poner dinero en Alemania y presionaron al gobierno francés para que suavizara su postura (el abandono de la cuenca del Rühr es un buen ejemplo). Hay que decir que no había nada de altruista en la postura americana, lo hicieron a fin de poder cobrar los créditos que Francia y otros países europeos habían contraído durante la guerra. Eran conscientes que de la recuperación alemana dependía el cobro.

En 1923 Mussolini y sus fascistas llegan al poder en Italia. Es un ejemplo claro de error de cálculo, al igual que en el caso de Hitler, los partidos tradicionales le aupan al poder pensando que será fácilmente controlable. Se equivocan. En el mismo momento en que logra el poder comienza un periodo de eliminación de la oposición, si bien no tan cruento como en Alemania. Los países europeos no ven con malos ojos a Mussolini, ya que al fin y al cabo da “estabilidad” a Italia y respeta los presupuestos del mundo liberal (propiedad privada, etc).

Se abre a partir de 1924 un proceso de distensión en el que los países que han sido enemigos se acercan. La Sociedad de Naciones, creada en 1919 a instancia del presidente norteamericano Wilson (aunque Estados Unidos nunca llegaría a convertirse en miembro porque el Congreso no lo aprobó), se convierte en un punto de encuentro. Se llega a creer que todos los conflictos que puedan surgir entre estados los podrá resolver la Sociedad de Naciones. Alemania llega a entrar en ella en 1926. La bonanza económica, producto de la inyección de dinero proveniente de préstamos americanos, hace que Europa se recupere con rapidez y haya una sensación de que lo peor ha pasado y se puede volver a mirar al futuro con optimismo. 
 
En lo cultural, este periodo de entreguerras es extremadamente dinámico. Hay una reacción de los jóvenes, y no tan jóvenes, artistas hacia lo anterior. Nuevos ismos aparecen cada día (futurismo, cubismo, construccionismo...). Se buscan nuevos cauces de expresión en todas las facetas del arte, la literatura, el teatro... Parecía como si intentaran desprenderse de un bagaje viejo y caduco que les estorbaba. 
 
Este tiempo de optimismo y colaboración se rompe cuando las consecuencias del crack bursátil del jueves negro llegan a Europa en 1930. Los bancos comienzan a quebrar, las tiendas a cerrar y la economía de toda Europa vuelve a temblar. El paro crece de manera dramática y muchos lo pierden todo. Es una clara demostración del cambio que se ha obrado en el mundo con la Gran Guerra; el centro de gravedad pasa de Europa a Estados Unidos, que es la nueva potencia mundial, y todo lo que le afecte repercute en Europa entera. Esta situación afecta sobre todo a los perdedores de la 1ª Guerra Mundial (Alemania y Austria especialmente) y no tanto a Francia o Gran Bretaña, que tenían mercados exteriores (colonias). Un ambiente tan desesperanzado es el caldo de cultivo ideal para la aparición de movimientos extremistas y autoritarios. Es difícil explicar el ascenso de Hitler, quien antes de 1929 tenía una representación casi simbólica en el Reichstag, y que sin tener mayoría absoluta nunca, llegaría a ser el más votado. Los partidos tradicionales habían caído en descrédito por su relación con la Gran Guerra y su incapacidad para dar solución a las crisis posteriores. Hitler prometía a gente desesperada seguridad y trabajo, y ese mensaje no sólo calaba en los segmentos más pobres de la población, sino también en amplias capas de la clase media. Esta claro que el uso que hacía de la violencia y la propaganda para extender su ideología influyeron poderosamente, sobre todo a partir de su ascenso al poder, cuando la institucionalizó.

En estos momentos de crisis económica muchos ojos se vuelven hacia Rusia (ahora URSS), en donde la revolución bolchevique había triunfado en 1917. Se mira al país con una mezcla de esperanza y admiración. Esperanza porque ofrece un modelo de sociedad alternativo y admiración porque no le ha afectado la crisis del mundo capitalista. Sin embargo, hay mucho de fachada. La URSS invita a intelectuales de países europeos a visitarles, les agasajan y les enseñan sólo lo que ellos quieren que vean y cuenten, ocultando las durísimas condiciones de vida de la mayor parte de la población. Resulta evidente, que tampoco se informa a estos visitantes de las purgas que Stalin lleva a cabo con todos aquellos que se le oponen o pueden hacerle sombra. De haber conocido todos estos hechos, escritores como Bernard Shaw jamás hubieran escrito maravillas del modelo soviético. Este desconocimiento de la realidad rusa contribuirá sin duda al nacimiento de la Guerra Fría tras la finalización de la 2ª Guerra Mundial.

 
 
En enero de 1933, Hitler es nombrado canciller. Los partidos tradicionales de la época cometieron el error de pensar que podrían controlarle y que el nazismo era un fenómeno pasajero que no llegaría a nada. Esta falta de previsión fue terriblemente nefasta. El incendio del Reichstag poco después por un anarquista le sirve como excusa para acumular poderes y comenzar a acabar con la oposición, el partido comunista en primer término. La pérdida de libertades será progresiva, pero imparable. Encontró en los judíos un chivo expiatorio al que culpar de todas las penurias que el pueblo alemán sufría. Promulgó leyes que les despojaban de sus bienes y derechos más elementales y, todavía en tiempos de paz, surgieron los primeros campos de concentración en Alemania (o reeducación, como se les llamaba). Ni siquiera en la Italia fascista, que se había alineado con Hitler, la persecución hacia la oposición fue tan grande y sistemática. Las leyes antisemitas que Mussolini promulgó fueron un producto de la presión alemana, ya que durante más de 15 años de gobierno fascista no se les había perseguido, aunque sí que es cierto que en toda Europa había un antisemitismo latente que venía de antiguo, no hay más que recordar el caso Dreyfus en la Francia de principios de siglo. 
 
Cuando en el verano de 1936 estalla la guerra civil española, la mayoría ve únicamente un enfrentamiento entre un gobierno legítimo y unos militares golpistas. Pocos ven todavía que España es el escenario donde se ensayan muchas de las armas que se utilizarán en la 2ª Guerra Mundial. Alemanes e italianos apoyaron a Franco, mientras que el resto de países se mostraron del lado republicano. Fue una especie de preludio de lo que no tardaría en pasar en el resto de Europa a una escala mucho mayor y salvaje.

El afán expansionista de Hitler no tarda en manifestarse, “recuperará” los Sudetes, invadirá y absorberá Checoslovaquia y el 13 de marzo de 1938 se anexionará Austria. Todo ello bajo la excusa de que forman parte del “espacio vital” alemán. La Sociedad de Naciones, que ya de por sí había nacido con grandes deficiencias, se demostrará inútil ante este panorama y quedará herida de muerte. La URSS de Stalin firmará un pacto de no agresión con Hitler ante la inminente guerra que se avecina. Más tarde quedará claro que sólo pretendían ganar tiempo pues preveían, y no les faltó razón, que los alemanes romperían el acuerdo. El resto de países europeos guardarían silencio y cederían a las exigencias de Hitler. La entrega de Checoslovaquia fue uno de los actos más vergonzosos de los países aliados. Pero el 1 de septiembre de 1939 Hitler invade Polonia y este silencio se rompe. Francia y el Reino Unido declaran inmediatamente la guerra a Alemania. La maquinaria de combate alemana aplasta las defensas francesas con rapidez, la línea Maginot no sirve de nada y toman París sin resistencia. El Reino Unido en estos primeros momentos de la guerra es salvajemente bombardeado.

Cuando Stefan Zweig escribe su biografía lo hace en medio de este panorama desolador. Estados Unidos no entrará en la guerra hasta diciembre de 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbour. La sensación que se tiene en Europa hasta ese momento es que Hitler vencerá. ¡Qué mundo tan diferente al de sus padres! No es difícil comprender que suspire por un tiempo pasado en el que los cambios sucedían con lentitud y sin tanta pasión, dejando tiempo a la reflexión. Como europeo que es, le duele la situación de Europa y la deshumanización que parece haber sufrido el planeta. Pero tiene esperanza en un futuro que ya no será como el mundo de ayer.

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